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Pequeñas historias para desacelerar tu libido.

jueves, noviembre 20, 2003

Puta madre! He andado ausentísimo. Entre fiestas y nalguitas no he tenido tiempo de ponerlos al tanto de mis andanzas. Espero muy pronto poder hacerlo. Por lo pronto les digo que las cosas se han complicado un poco. Pude ligar a una adolescente-casi niña vía messenger. Platicamos largo y tendido sobre los capítulos de las chicas superpoderosas y de south park, después entramos en terrenos archiafrodisiacos y ella quiso conocerme. Nos citamos cerca de su escuela. Aunque no acostumbro aceptar citas cerca de los lugares cotidianos de los chavitos, esta vez lo hice. Me animé a acercarme porque no vi a nadie cerca. Por suerte le gusté. Hice todo lo posible por agradarle, y creo que lo logré... Tan sólo tres días después ya estaba quitándole las pantaletas.

jueves, agosto 21, 2003

Están a punto de terminar las vacaciones. Ni modo. Tendré que volver al periódico y mis sesiones ante la ventana de mis vecinitos tendrán que ser más espaciadas. Por suerte sí alcancé a grabarlos con una cámara de video que recién adquirí. Nunca antes había aprovechado de semejante manera mi reparto de utilidades. Cuando pueda subir videos a esta cosa, compartiré con ustedes las imágenes de Bety y Julián y otras joyitas que he capturado con mi cámara nueva. Ciao. Besitos a las muchachas.

miércoles, agosto 20, 2003

Después de cenar decidí salir a dar un paseo por el vecindario. Un vecino de tres casas abajo acababa de salir en su camioneta. Iba sólo con su esposa. Lo vi con mis binoculares. Era una oportunidad que no podía desaprovechar. Los muchachos se habían quedado solos. Se llaman Bety y Julián. Son dos adolescentes a los que les gusta juguetear cuando están solos. Ella tiene 13 años y un cabello negro lacio hermoso que le llega a los hombros; él tiene 15 años y apenas está aprendiendo a tratar a las mujeres. Una noche los descubrí­ cuando husmeaba entre las cortinas intentando ver a su madre. No vi a su madre, vi algo mucho mejor. Ella se encontraba con la verga de Julián entrando y saliendo de su boca. Mientras lo llevaba de paseo a la locura, ella se acariciaba el sexo. El chico parecí­a ensimismado por culpa de lo que estaba sintiendo en ese momento, porque no atendí­a a Bety como se debí­a. Yo en su lugar habrí­a metido un par de dedos en el pequeño sexo de la muchachita, y la habrí­a hecho venirse tantas veces como me lo permitiera la ausencia de mis vecinos.
Aquella noche de mi descubrimiento no podí­a resistir la excitación. Debo confesar que estuve a punto de forzar la puerta para entrar a darle una lección al estúpido muchacho y dos o tres venidas a Bety. De ella y mías. A partir de ese dí­a estoy al pendiente de las ausencias de mis vecinos. Apenas escucho el ruido del motor de su camioneta, corro a la ventana. En el respaldo del sillón tengo ya dispuestos mis binoculares para cerciorarme de que hayan dejado solos a los muchachos, porque sé que ellos no me defraudarán y, transcurridos los diez minutos que les doy para los preliminares, los encontraré detrás de esa ventana trenzados en una desesperada carrera contra el tiempo y contra la excitación. Como hoy era sábado, supuse que mis vecinos estarían más tiempo fuera, y se me paró la verga sólo de pensar que la noche serí­a larga, para ellos y para mí­.
Tomé mis llaves y esperé un poco junto a la puerta antes de abrirla, pero no demasiado, porque me moría de ganas de ir pararme junto a esa ventana. Mis deseos de atestiguar desde el momento en que se desvestían eran cada vez mayores. Me dirigí a mi escondite de siempre, unos arbustos que habían comprobado varias veces ser de mucha utilidad, como aquella ocasión en que los vecinos de al lado llegaron cuando yo estaba a punto de venirme y que fue suficiente con que yo me quedara inmóvil para pasar desapercibido.
Salí a la calle, caminé por la acera hasta estar frente a la casa. Me aseguré de que nadie me viera antes de correr por el pasto hasta estar frente a la ventana del bendito dormitorio. Las cortinas estaban más cerradas de la cuenta, pero por suerte, las ventanas estaban abiertas. Separé un poco la tela con los dedos.
El excitación no tardó en aparecer. Fue suficiente con que viera lo que sucedía ahí dentro. Esta vez habían puesto una película pornográfica, pero además Julián estaba en la cama tumbado sobre un costado, con la vista puesta en el televisor. Tenía los pantalones y la trusa bajados hasta las pantorrillas. Su hermana, vestida aún y recostada detrás de él, lo estaba masturbando. Al cabo de un rato, Bety dejó de estimularlo para quitarse la playera y el brasier. Sus senos le ayudaban a aparentar una edad mayor a la que en realidad tenía. Bety se recostó de nuevo. Levantó entonces la playera de Julián, acercó sus pechos y comenzó a frotarlos en la espalda de su hermano. Pronto Julián dejó de dirigir la vista hacia la televisión. Se dio la vuelta hasta quedar sobre su otro costado, de manera que quedaron frente a frente. Comenzó a acariciar los pezones de Bety mientras ella continuaba masturbándolo. Entonces Bety dijo algo que no alcancé a escuchar. El muchacho asintió. Entonces Bety se puso de rodillas sobre la cama, se recogió la falda hasta la cintura y enrolló su pantaleta hasta dejarla a la altura de sus pantorrillas. Puso las nalgas a pocos centímetros de la cara de Julián; él hizo una mueca de asco antes de hundir la cara en el trasero de Bety. Ella parecía estar haciendo esfuerzos enormes por no emitir sonido alguno; se mordía los labios mientras observaba cómo un actor practicaba sodomía con su coprotagonista en una de las escenas de la película. Para esos momentos, yo ya había humedecido la trusa de lo excitado que me encontraba. Voltee para todos lados hasta estar seguro de que no corría peligro de ser descubierto. Desde el lugar donde me encontraba alcanzaba a verse la puerta del garage, y más allá, los carros estacionados en la calle. Después de vacilar un poco entre esperar hasta ver la conclusión de mi teatro porno para después regresar a masturbarme en la comodidad de mi casa y continuar observando detrás de la ventana, decidí bajarme los pantalones y los calzones. Mi mano pronto frotaba con desesperación mientras observaba cómo entraba y salía la verguita de Julián en el sexo de Bety. Entonces comencé a imaginarme entrando en la escena que tení­a lugar a escasos seis metros de mí­. Julián se asustaba y decidí­a salir corriendo de la recámara de su hermana para ir a ocultarse en la suya. Bety se sorprendí­a un poco, pero era más su excitación: me pedía que continuara lo que su hermano había dejado inconcluso. Por no saber qué otra cosa responderle, yo me limitaba a preguntarle si estaba segura de que así­ lo querí­a, aunque era más por protocolo que por una preocupación auténtica, porque había comenzado a desabrocharme el pantalón y no había dejado de acercarme al lugar donde ella esperaba con su sexo y su pequeño asterisco al aire. Ella apenas terminaba de silbar un "sí" cuando yo ya me encontraba semidesnudo y hundiendo la lengua entre su ano. Descubría que su olor combinado con el de la saliva de su hermano habían creado un afrodisiaco potentí­simo. Con una de mis manos comenzaba a acariciarle el pubis; la otra la ocupaba en presionar alternadamente una de sus pantorrillas o uno de sus senos. Estaba a punto de penetrarla cuando se escuchó el motor de un vehí­culo aproximándose. Habían regresado mis vecinos.
Pensé en tocar la ventana y advertirles a los muchachos, aunque a esas alturas debían haber escuchado ya lo mismo que yo. Otra opción que pasó por mi cabeza fue salir de mi escondite a entretener un rato a mis vecinos en el estacionamiento para dar tiempo a que Bety y Julián recuperaran la compostura y pusieran las cosas en su lugar: las cortinas, la colcha de la cama, su ropa, la pelí­cula... Y pensé en una opción más, que al final fue la que llevé a cabo: esperar. Mantenerme ahí detrás de los arbustos, tomar las cosas con calma, continuar con lo que había interrumpido. Dar oportunidad a sus papás para que los descubrieran en medio coito, los reprendieran y les prohibieran volver a quedarse juntos. Entonces en sus próximas salidas (al supermercado, al banco, al trabajo) se asegurarían de dejar sólo a alguno de los dos, y cuando tocara el turno de Bety, me ofrecería como su única posibilidad de seguir probando lo que había descubierto con su hermano. Así, pasaría las noches de mi vida. Imaginando los resultados de mi plan, tuve un orgasmo y regué con mi semen la pared y algunas plantas. Con mucho sigilo me acomodé el pantalón y la camisa. Y esperé a que mis vecinos entraran a la casa para moverme de ventana. Quería asegurarme de que mi plan hubiera funcionado a la perfección. Cuando llegué a la ventana de la sala, ya estaban ahí Bety y Julián, sentados cada uno en un sillón y simulando ver un programa de concursos en la televisión. Platicaban con su madre. Todo era cordial y nada indicaba que mis vecinos hubieran visto algo raro a su llegada. Al parecer, los muchachos habían actuado rápido. Pensaba precisamente en su rapidez cuando un gato maulló detrás de mí­ y me obligó a salir de mi escondite por temor a ser descubierto. Caminé en cuclillas hasta estar en la banqueta. Regresé a mi casa dispuesto a masturbarme una vez más, fumarme un cigarro y esperar una ausencia más de mis vecinos.

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